Aquiles

Friday, October 07, 2005

¿Cómo es posible?
¿Cómo es posible que una inmóvil silla te transporte a las regiones más lejanas, te lleve a conocer personas encumbradas y atroces asesinos, te pasee por las junglas de la India y de la América tropical y por las incontables arenas del desierto?
Sobre las rodillas, un libro.
La emoción hace que tu postura varíe. A veces, dejas la silla, te arrojas al suelo, boca abajo, y te sumerges en la página como en un mar. Ya te ladeas y sostienes la cabeza con una mano; ignoras que la incómoda posición la ha vuelto insensible. Pasa ante los ojos de tu imaginación la forma rutilante del tigre de Bengala. Vives el msiterio, el terror, la maravilla. Las palabras se te meten en la cabeza, se convierten en jardines, en palacios, en fuentes de claro sonido.
Te transformas.
Ya no eres Ian, Eduardo o Nicolás, sino alguien que posee un nombre sonoro, una larga historia y un futuro que reserva aventuras.
Las aventuras son tu patria, tu aire, tu regocijo.
Estás equipado: tienes un ropaje de palabras, un arsenal de respuestas, un cofre lleno de fórmulas mágicas.
Hoy caminaste hacia el librero.
Caminaste y decidiste un resplandor.
Frente a ti, ordenados por tamaños, los libros.
Ahí estaba uno que si n tú saberlo era tu destino, la piedra que daría peso a ese día y a los que siguieran, la materia de tu sueño y tu modelo de conducta.

El negro mar hace crujir los huesos de las naves. Los hombres se dejan azotar por el viento. ¡Tardó tanto en soplar sobre los cascos tremolantes! Los escudos sacuden su pereza y las lanzas tiemblan con sed de combate. La barba de Ulises se eriza respondiendo al mar; su mano tosca, de pastor y de príncipe, se crispa sobre la distancia que aún lo separa de Troya. Agamemnón, rey de hombres, sueña en su máscara de oro. menelao, su hermano, piensa en la blanca Helena y le llora el orgullo, la hombría, le llora el amor, aunque no lo sabe.
Ya ha sido sacrificada la hermosa Ifigenia, la del cuerpo de ave; ya su alma fue a visitar al viento para que hinche las velas de los aqueos.
Tú buscas a Aquiles, el de los pies ligeros, el semejante a un dios. Está en su tienda, inalterable. Juega con Patroclo a los dados.
La partida se dispone, los hombres azotan las ancas de las naves y se embriagan de trabajo y de mar.
Aquiles descansa.
El hijo de la antigua diosa y del mortal es muy hermoso. Su alma es de mármol y su rostro de tormenta. Patroclo es su espejo, es su hermano, su psiquis. Tú sabes que el guerrero es la clave del combate, la piedra angular, el pretexto y el texto de los dioses. Sabes que la hermosísima Helena es sólo una pieza de ajedrez justificada para que se resuelva la jugada maestra: el destino del héroe.
Hueles el agua de la Estigia, prisionera en los cabellos de Aquiles. Tú leíste, tú sabes que su madre Tetis lo sumergió en la laguna sagrada para hacerlo invulnerable. Involuntariamente te frotas el talón, el único punto débil de Aquiles.
Patroclo es el primero en notar tu presencia.
No hay asombro.
Te miras en los ojos de Patroclo: eres alto, tus vestiduras poseen la austera hermosura del mármol, tu casco enmarca los varoniles rasgos de tu alma.
Eres veloz de pies, eres semejante a un dios...
Eres invulnerable.