Bitácora del Lector
Fuente: Fundación Cuatrogatos
Quo vadis? El vino delicioso de la antigüedad clásica
Quo vadis? Henryk Sienkiewicz. Ilustración de M. de Lipman para la escena de la muerte de Petronio y Eunice. Philadelphia: Altemus Edition. 1897 |
“Era casi mediodía cuando se despertó Petronio. Como de costumbre, se encontraba extraordinariamente fatigado. La noche anterior se había desvelado en una conversación con Lucano y con Séneca…”
He puesto comillas pero la cita del comienzo de Quo vadis? de Enrique Sienkiewicz no es textual. Me la entrega mi memoria, que al escribir esas líneas es la de una niña de nueve años que quedó subyugada ante esta historia, adaptada en los para mí casi insuperables Clásicos Juveniles de la Editorial Novaro.
La versión que de niña leí de la monumental novela, que en su original está cuajada de erudición, de citas en latín, griego, de conocimiento exhaustivo de la antigüedad, fue para mí una serie de intensas emociones en cadena. Yo no sabía que era posible hacer eso con un libro. Yo supe ahí que las letras pueden trasladar una civilización entera a través de los siglos, con sus hombres, sus mujeres, sus dioses, sus árboles y vientos. Yo tenía nueve años y me enamoré de Petronio, el árbitro de la elegancia, y lloré desconsolada atestiguando su suicidio, mezclando su sangre con la de su fiel esclava Eunice y su inolvidable carta a Nerón: “Asesina, pero no cantes… incendia, pero no toques jamás la cítara”…
En esas páginas de mi ejemplar de Quo vadis?, que acabaron por desprenderse de tanto que las leí y repasé… bebí por primera vez el vino delicioso de la antigüedad clásica, el refinado paganismo, los versos de los poetas latinos, la omnipresencia de Homero, la belleza infinita y terrible de Roma, las estatuas tan llenas de espíritu y a pesar de que la novela ensalza el cristianismo y la figura de Pedro y la iglesia de las catacumbas, fue el evanescente mundo clásico el que me enamoró para siempre. La escena en la que Eunice besa los labios de la estatua de Petronio me marcó con su sensualidad y su pureza.
Marco Vinicio, Aulo Gelio, Pomponia Grecina… personajes que años después, estaba yo en secundaria, volví a ver escritos en los Anales de Tácito y creí morir de felicidad. ¡Era verdad! ¡Existieron! Vivieron y respiraron, amaron, habitaron casas con atrios y fuentes y creyeron, como mi amado Petronio, que al morir, el alma se transforma en mariposa. Y regresa.