Almirante.
El que manda en la mar.
Cristóbal Colón navega en la memoria de los hombres y cíclicamente levanta marejadas de intnerés, indignación, sospecha...
Su nombre se empaña y se aclara en un juego que no cesa.
Se discute su origen y se habla del judío, del catalán, del gallego, del corso...
Visionario atroz y comerciante mezquino, esclavista y místico, inspirado y miope.
Calculó, soñó, habló. El hijo del cardador de telas de Génova se hizo a la mar desde edad temprana. Supo de corsarios y de tempestades; de mapas y de estrellas.
De Inglaterra a Islandia y muy probablemente, a Groenlandia, siguiendo las huellas de Leif Erikson. América (¿Colombia?) existía en los meandros de su cerebro, se le dibujaba en los ojos y le brotaba en palabras que le era difícil contener.
Los estudios actuales ensayan la existencia del "piloto desconocido", mísero y extraviado náufrago a quien el azar llevó a las costas del Nuevo Mundo y la voluntad de retorno a Portugal.
Se especula.
Juego de espejos infinito que muestra a Cristóbal, al genovés de habla lusitana y escritura española recibiendo secretos del lecho de muerte del náufrago.
"Estando en Portugal, empezó a conjeturar que, del mismo modo que los portugueses navegaban tan lejos al mediodía, igualmente podría navegarse la vuelta de Occidente y hallar tierra en aquel viaje...
"Vino a creer por sin duda que al occidente de Canarias y de las Islas de Cabo Verde había muchas tierras, que era posible navegar a ellas y descubrirlas".
A Levante por el Poniente.
Las cartas de Toscanelli, el príncipe de los geógrafos, se le hacían caleidoscopio, lúcida ebriedad. El sol y el mar le daban sus signos ciertos.
"Pensando lo que yo era me confundía mi humildad; pero pensando en lo que yo llevaba, me sentía igual a las dos Coronas".
Acierto. Seguridad de tres barcos sobre el mar indeterminado. Error.
Ojos que ven lo que quieren ver. Palabras que mienten un mundo.
Guanahaní. Isla de la iguana y hombres desnudos. oro en la mente y voluntad de arrancar a esas Indias el oro suficiente para rescatar el Santo Sepulcro de Jerusalén.
Hombre de mar que ve sirenas y hombre devoto que, en la desembocadura del Orinoco, experimenta la vivencia del paraíso. Ha reunido dos hemisferios y no lo sabe. o lo sabe y es irracionalmente fiel a su intuición primera, enamorado de su idea.
Almirante de la Mar Océana, gobierna en el mar pero no en la tierra. Se equivoca, no es político. Abandona la Isla Española cargado de cadenas. Regresa dispuesto a constatar la presencia de las Indias en su último viaje. La tierra americana le depara la ausencia de Catay y del Gran Khan. Los moluscos marinos devoran las naves y el desánimo se apodera del Almirante.
"...Haya misericordia ahora el cielo y llore por mí la Tierra... Aislado en esta pena, enfermo, aguardando cada día por la muerte y cercado de un cuento de salvajes y llenos de crueldad y enemigos nuestros, y tan apartado de los Santos Sacramentos de la Santa iglesia, que se olvidará de esta ánima si se aparta acá del cuerpo. Llore por mí quien tiene caridad, verdad y justicia. yo no vine este viaje a navegar por ganar honra ni hacienda; esto es cierto, porque estaba ya la esperanza de todo en ella muerta".
Calculó, soñó, habló. Trazó líneas imposibles y llegó a su lecho de muerte como un río a su delta. Las sábanas blancas lo acogieron como el mar. Y su bello rostro de agonizante tomó los rasgos del piloto desconocido.