Una carretera de paisajes privilegiados lleva a Malinalco, en el estado de México.
Desde Toluca y pasando San Antonio la Isla, Tenango y Tenancingo, en los meses que siguen a la lluvia, la montaña otorga la variedad de sus verdes y sus olores fecundos.
Las nubes escriben en el cielo su efímera eternidad y los nombres en náhuatl brotan llamando a las cosas. Aquí la hierba se dice malinalli y el agua atl. Los rostros son elocuentes bajo los sombreros; la oscuridad de la tez es leal al barro primordial. La humedad nos hace escuchar la voz de Tláloc y el rumor de jade de la falda de Chalchiuhtlicue.
Mayahuel, al sobria deidad del maguey, levanta la verde oración de sus brazos. El asfalto de la carretera se atreve sobre la cabeza y el cuerpo de Coatlicue, y el perfil irregular de las montañas insinúa que en ellas se esconden divinidades innombradas.
Malinalco. un convento del siglo XVI, cuyos muros agustinos guardan pinturas de Simón pereyns; plaza central, cabañas, casas de descanso, río, truchas abundantes, aire puro de montaña y zona arqueológica protegida por un pliegue del cerro. Ascención que, para más de un visitante, resulta simbólica.
El mundo en el que duermen las semillas y reposan los huesos de los antepasados, donde brillan las calaveras del Señor y de la Señora de los Descarnados, donde cantan los insectos y duerme el copal, donde se hacen los caminos de nuestra carne y donde viene a reposar el Sol, envuelto en su manchado ropaje de trire.
El mundo de las plantas y de los árboles, el de los macehuales, el de los nobles señores que se sientan en sillas de oro y de plumaje de quetzal. El mundo de la guerra y del frío, del canto y de la flor.
El mundo del azul y del ave, el de los caminos de los astros, el que sopla al oído de los sabios la cuenta del calendario, donde el Sol extiende su plumaje de águila para darnos la vida.
Malinalco.
Los tres mundos.
La revelación aguarda al final de una ascensión que la riqueza del paisaje convierte en un privilegio. El silencio guarece los sonidos de la Naturaleza. Las hierbas, los isnectos, las piedras... Todo tiene boca y todo canta en un concierto cuyo sentido escapa a nuestro razonamiento y habla a nuestra intuición.
Algo sucede. Algo convierte a este lugar en el centro del universo. La belleza y el silencio, el sol que se prende en las hojas de los árboles, la fugaz arquitectura de una lagartija, la vista del pueblo cobijado en la falda de la montaña perfilan -sin cumplirlo- el sentido del ascenso.
Y es que el hombre pertenece por igual a los abismos y al cielo. Es de la tierra y del sol. es de la calavera y del plumaje de quetzal. Es el águila. Es el trigre. Es la serpiente que se muere de silencio y de sabiduría. Es la oscuridad que alumbra y la luz cegadora.
Tallado totalmente en la roca, monolítico e incomprensible, el templo circular de Malinalco reúne el cielo, la tierra y el inframundo.
La entrada esá formada por dos enormes cabezas de serpientes.
Nuestros pies pisan la lengua bífida del reptil que simboliza la puerta y el mundo de los muertos. Nos asomamos al interior -vedado a los visitantes por razones de conservación- y descubrimos esculturas de águilas y tigres de terrible belleza.
Su tiempo de piedra respira en la oscuridad. Se dan y se rehúsan a la mirada. Tierra y cielo sometidos al yugo de la piedra. Ocelotl y Cuauhtli que guardan el Mictlan de Malinalco. Muerte y gloria del sol...
De todas partes vinieron guerreros. Traían las flechas, los escudos, las flores amarillas, las flores de honor. Y vinieron los guerreros águila, los guerreros tigre, y nadie supo lo que ahí se dijeron. Dicen que les cambió el rostro, que les cambió el corazón.
Bajamos en silencio. Allá arriba quedaron la hra alta del sol, los monumentos y sus vigilantes. Con nosotros bajan los enigmas. ¿Qué pensaron y cómo vivieron los hombres que labraron el santuario monolítico? ¿Cómo puede enunciarse la claridad del mensaje que dejaron confiado a la piedra? ¿Qué es, hoy y para nosotros, Malinalco..?